Ante el inminente estreno de X-men First Class a continuación recordamos que tal estuvo X-Men 1 (2000) mediante el estupendo análisis de la web española universomarvel.com.
23 de octubre de 2009
"X Men" es una película de superhéroes. Esto puede parecer una obviedad tratándose de personajes Marvel, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que las dos cintas que le precedieron no lo eran. “Howard, un nuevo héroe” era simplemente inclasificable y su descalabro comercial alejó a Marvel de los cines durante 12 años, por lo que no extraña que para el siguiente intento se prefiriera exponer primero a un personaje de bajo perfil, Blade. En plena bancarrota, el entonces presidente de Marvel Studios Avi Arad no podía arriesgar a una única carta el escaso crédito de la editorial, y se obvió incluso la conexión del personaje con Marvel para ofrecer un título que combinaba más bien la moda vampírica y el género de acción y artes marciales. Eso sí, el éxito de “Blade” permitió a Marvel reorientar su modelo de negocio hacia la explotación de licencias basadas en sus personajes, y el paso lógico dentro del nuevo esquema empresarial, ya con el logotipo de la editorial bien visible, era adaptar su entonces buque insignia: la Patrulla X.
Con esta película se inició un nuevo capítulo del cine de superhéroes. Ya agotado el filón de la Batmanía, “X-Men” abrió la puerta al actual auge del género, para el que supone un referente sólo comparable al Superman de Richard Donner, no por azar productor ejecutivo junto a su mujer de toda la franquicia mutante. Sin embargo, antes de marcar éxito y tendencia, a este proyecto le costó muchos años arrancar.
Cuando Laura Schuler Donner le ofreció en 1996 dirigir “X Men”, Bryan Singer se encontraba ante un punto de inflexión en su carrera. Con tan sólo 28 años y 2 películas en su haber se había convertido en una de las principales promesas de su generación al haber ganado el Festival de Sundance en 1993 con “Public access” y 2 óscars en 1995 con “Sospechosos habituales”, pero su cinta más personal, “Verano de corrupción”, por la que había rechazado dirigir la cuarta parte de “Alien”, estaba pasando en cambio mucho más inadvertida. Un blockbuster palomitero ponía a su alcance mayores recursos y audiencia potencial, pero era un proyecto mucho más arriesgado de lo que hoy pueda parecernos: nunca antes había funcionado una película de un supergrupo, Marvel no era precisamente una garantía cinematográfica, ni el proyecto podía estar más lejos de sus anteriores trabajos del director. Además, Singer desconocía los cómics originales, por lo que difícilmente podría satisfacer las expectativas de los lectores que los habían seguido durante más de 40 años ni podía permitirse otro fallo tras la escasa repercusión de su tercera película. Y respondió que no.
La negativa de Singer no era el primer contratiempo del proyecto. Su origen se remontaba tanto como a 1989, cuando Stan Lee comandaba aún la división cinematográfica de Marvel, y proyectó junto al patriarca mutante Chris Claremont producir con Carolco Pictures una película de la Patrulla X que hubiera dirigido James Cameron. Aquel proyecto se frustró cuando Cameron optó en su lugar por adaptar Spiderman y la productora entró en bancarrota. Los derechos cinematográficos de X-Men revirtieron entonces a Marvel, y su entonces propietario Ronald Perelman no tardó revenderlos a 20th Century Fox a título perpetuo con la única condición de su ejercicio; esto significa que Marvel no tendrá ningún control cinematográfico sobre sus propios mutantes mientras Fox siga explotándolos. Teniendo en cuenta los 1600 millones de dólares ya recaudados por la franquicia, hoy en día es difícil de calcular cuánto costaría disolver dicho contrato (aunque la calculadora de Disney es potente), pero de vuelta a 1994 cuando se cerró el acuerdo, y desde la perspectiva de sus poco alentadores precedentes cinematográficos, es probable que nadie en Marvel fuera consciente de su alcance. Irónicamente, Fox se interesó por los derechos a raíz precisamente del éxito de la serie de animación de la Patrulla X que emitía Fox Kids, la primera producción de los nuevos Marvel Studios de Avi Arad.
El baile de nombres asociados al proyecto comenzó inmediatamente, entre los que cabe destacar como director a Robert Rodríguez y como guionista a Joss Wedon, hasta llegar al rechazo inicial de Bryan Singer. Afortunadamente, su socio en la productora Bad Hat Harry Tom De Santo es un gran aficionado a la Patrulla X, y pudo convencerle de leerse al menos los cómics originales. Y aquí es donde Singer descubrió que, más allá de las mallas de colores y los poderes, la temática de fondo de los mutantes eran las posibles actitudes enfrentadas ante el diferente. El propio Stan Lee siempre ha reconocido siempre que el conflicto entre el sueño de Xavier de una coexistencia pacífica entre humanos y mutantes y la doctrina de Magneto de la supremacía mutante reflejaba las posturas antagónicas de Martin Luther King y Malcolm X al respecto de las tensiones raciales de la América de los años 60, del mismo modo que Chris Claremont remitió después el Acta de Registro de Mutantes promovida en la ficción por el Senador Kelly a la “Caza de Brujas” del senador Joseph McCarthy contra los comunistas. Los prejuicios y la intolerancia están presentes en la obra de Singer y de hecho, el mismo Ian McKellen que encarnaría después como Magneto a una víctima del holocausto, interpretaba en “Verano de corrupción” a un anciano que escondía un pasado nazi (Singer proviene de una familia judía). Esta vez Singer firmó.
La escritura del guión pasó por varias manos durante casi dos años. Para su primer tratamiento, Singer y De Santo conservaron algunas ideas de los borradores previos, como el plan de Magneto de mutar a la cumbre de líderes mundiales ya propuesto por Joss Wedon. El guión fue posteriormente reescrito por Christopher McQuerrie (aunque ni él ni Wedon aparecen acreditados), que también participó en la escritura de “Sospechosos habituales” y acaba de firmar el libreto de la futura segunda parte del spin-off de Wolverine, lo que podría anticipar el rumoreado regreso de Singer. Por último, la versión definitiva del guión es de David Hayter, que también se encargaría después de la secuela. Durante este proceso, se eliminaron por cuestiones presupuestarias varios personajes y escenarios que serían recuperados en las secuelas, como Bestia, Rondador Nocturno o la Sala de Peligro. Algunos elementos de los mismos fueron no obstante reciclados para otros personajes, como por ejemplo la formación médica de Bestia que recayó en la “doctora” Jean Grey, lo que por cierto tuvo su reflejo en los cómics de Ultimate X-Men.
Ante la imposibilidad de comprimir cuatro décadas de historias en hora y media, los guionistas consiguieron un dificilísimo equilibrio, muy pocas veces más logrado, entre el respeto a la esencia de los personajes y la libre interpretación de los mismos, sin llegar a incurrir ni en demasiadas libertades ni en excesivos literalismos que podrían haber vaciado de contenido su valor como adaptación o película respectivamente. Se han eliminado los rasgos más exóticos y fantasiosos de los personajes para rebajar el umbral de credulidad de un público objetivo mayoritariamente no iniciado, eludiendo por ejemplo cualquier alusión a la familia de Cíclope o permitiendo envejecer a Magneto. Del mismo modo, se han simplificado también las imposibles cronologías y culebronescas interrelaciones que los personajes originales han ido acumulando con el tiempo. Pero para el público lector, dichos cambios formales se compensan sobradamente con la citada fidelidad a la sustancia, así como con los múltiples “huevos de pascua” que salpican todo el metraje, en forma de cameos, citas textuales y referencias a los cómics originales, la mayoría a su etapa clásica.
Aún así, algunos huecos pueden ser excesivos, limitándose algunos personajes casi a hacer bulto, justificándose su presencia más bien de cara a la promoción de la película. El aficionado siente por ello menospreciado a su héroe, mientras que el espectador neófito tampoco puede interesarse por meras cáscaras vacías, como son Tormenta, Sapo o Dientes de Sable. El caso más protestado por los fans fue el de Cíclope por tratarse del líder del grupo y un miembro fundador, que además ha sido luego el hombre X que más juego ha dado en los cómics (de la mano precisamente del propio Wedon) en la década posterior a la película. Sin embargo, al margen de su tratamiento en las secuelas que ya es otra historia, parte de esta falta debería también achacársele a la anodina interpretación de James Marsden. Por ejemplo, nadie se ha quejado del retrato que se presenta de Xavier o Mistica; ¿es acaso por lo que sabemos de ellos al final de la película o por el carisma de Patrick Stewart y Rebeca Romijn?
Aunque se trate de una película coral, el peso de la trama se reparte en 3 personajes: Magneto como antagonista, Lobezno como principal reclamo comercial, y sorprendentemente Pícara. Singer ha reconocido que se centraron en ella porque la principal tara que conlleva su mutación, su incapacidad de tocar a otras personas sin dañarlas, le servía simbólicamente para retratar la alienación del excluido. De hecho, hasta que adquiere su peculiar mechón blanco al final de la película, su poder es prácticamente la única conexión con el personaje original, al rebajar su edad para adjudicarle ciertos rasgos de Kitty Pride y Júbilo, quienes ya asumieron respectivamente en los 80 y 90 el papel de alumna/recluta adolescente novata, en ambos casos tuteladas además por Lobezno. Además de introducir en la trama el factor generacional, es un rol idóneo para introducir al público, porque permite arrancar la historia con la primera manifestación de un mutante y seguir su periplo hasta la Escuela de Jóvenes Talentos de Xavier, y poder así presentarla ya en funcionamiento en vez de perder media película fundándola. Uno de los grandes méritos de la película ha sido precisamente mostrar por primera vez la Escuela como un colegio, llenando por fin sus pasillos de alumnos y de potenciales cameos para regocijo del público lector. Por supuesto, la idea era tan buena que fue inmediatamente aprovechada para los Nuevos X Men de Morrinson y la Escuela del Mañana de Emma Frost de los Ultimate X Men.
Que la trama se centrara en Wolverine es comprensible, habida cuenta del riesgo comercial asumido, pues Logan es con diferencia el hombre-X más conocido por el gran público, si acaso sólo un escalón por debajo de los grandes iconos superheroicos (Superman, Batman, Spiderman y el Capitán América) e incluso superándolos ocasionalmente en cuanto a ventas de cómics. Lo que no es tan justificable es que, con el grupo ya presentado, todas las secuelas se hayan acomodado en la misma tendencia, así como los propios cómics. Además, habiéndole dado tanto espacio a Lobezno, y con la futura continuidad del resto de la franquicia en mente, parece contraproducente haber desperdiciado su relación con Dientes de Sable en esta película. Creed habla tan poco que ni siquiera se puede concluir si se conocen previamente ni tampoco si comparten factor curativo. Puede que se temiera que el personaje pudiera de otra manera hacer sombra a Magneto, pero en tal caso su inclusión en el reparto parece un mero recurso propagandístico no suficientemente justificado. En todo caso, no es tanto que la historia trate de Lobezno, como que dada su popularidad, se presenta el argumento desde su perspectiva para buscar la identificación del público. El guión juega de hecho con esta expectativa para esconder las verdaderas intenciones de Magneto.
Porque de lo que la película va es de Magneto, que no en vano la empieza y acaba. Él es el agente de cambio que impulsa la trama, por tanto su protagonista, mientras que Xavier y sus X-Men son sólo sus antagonistas en la medida en que preservan el orden establecido, una paradoja muy presente también en los mejores cómics de la Patrulla X. Sin embargo, el guión se acobarda al villanizar a Magneto de cara al desenlace, como si el público no estuviera preparado para un enfrentamiento moralmente más gris. El combate final entre la Hermandad (ya no diabólica) y la Patrulla, que debería ser el punto álgido de la película, pierde por ello un poco de intensidad. Pues ¿no ganaría el personaje de Magneto, y con ello la profundidad de su conflicto con Xavier, si su máquina sí funcionara, y si hubiera estado dispuesto a sacrificarse él mismo en vez de a una inocente a la que los X Men puedan rescatar? Magneto puede ser despótico, cruel y fanático, pero siempre debería haber mantenido su integridad. Por eso acaba siendo más interesante la partida de ajedrez del epílogo, porque enfrenta verdaderamente dos discursos. Pese a todo, este Magneto es uno de los grandes villanos recientes, pero viendo la película con 9 años de distancia puede verse que tal vez era demasiado pronto para dar el paso que sí ha dado el Joker del Caballero Oscuro.
El problema de darle masticado al público qué bando elegir ("Confía en unos pocos, teme al resto") es que, si se pretendía que los conflictos morales en torno a la mutación dotaran de cierta profundidad a la acción superheroica, éstos se resuelven sin dejar espacio a que el espectador formule sus propias respuestas, quedando finalmente algo forzadas metáforas tan pretenciosas como que la lucha final se desarrolle en la Estatua de la Libertad. Singer llega incluso a encontrar un paralelismo entre el plan de Magneto de mutar a los líderes mundiales y que la persecución de los primeros cristianos derivara en último término a que el cristianismo se convirtiera en la religión oficial del Imperio Romano. Existía una escena, eliminada pero después recuperada parcialmente para la segunda parte, en que Tormenta daba una clase de historia que ilustraba este aspecto.
Más allá del conflicto central entre Magneto y Xavier, queda poco espacio para tramas no estrictamente funcionales Si acaso, se vislumbra el triángulo amoroso entre Logan, Jean y Scott y se plantan las primeras semillas de Fénix (especialmente en la versión 1.5), aunque el desarrollo de ambas líneas queda abierto para las secuelas. También es una agradable sorpresa argumental el terrible destino del Senador Kelly, por cuanto se separa de la fuente original para aportar nuevas capas de lecturas.
Aún con la modestia impuesta por un presupuesto muy ajustado, no se renuncia a la acción y el espectáculo que impone su espíritu palomitero. En ocasiones se pueda echar de menos más espectacularidad, pero los efectos especiales de Michael Fink (nominado al Óscar después por “Batman vuelve”) no desentonan con respecto al resto de la saga. Incluso, la integración de las garras de Lobezno está más conseguida que en la reciente y mucho más costosa “X-Men Orígenes: Lobezno”. Cada poder mutante tiene su correspondiente efecto visual, supliendo en ocasiones las carencias de la trama con una considerable fuerza estética que consigue atrapar la atmósfera de los cómics, lo que también debe atribuirse al pulso narrativo de Singer. Destaca asimismo el elaborado maquillaje protésico de Mística, que consiguió actualizar la imagen de un personaje que ha gozado desde entonces de un mayor protagonismo en los propios cómics. Fueron necesarias hasta nueve horas de trabajo diario para aplicarlo y la actriz permanecía aislada del resto del equipo entre tomas del rodaje para asegurar el secretismo.
Puede incluso que la limitación presupuestaria haya favorecido la apuesta por un tono verista (dentro del contexto fantástico) con el que nunca antes se había abordado el género. La diferencia queda manifiesta desde el mismo prólogo en el campo de concentración, y la broma de la licra amarilla supone a este respecto toda una declaración de intenciones: no se eliminan las mallas de colores sólo por acomodarse a la tendencia Matrix (o más apropiadamente Blade), sino porque lo que se pretende es integrar a los mutantes en el mundo real, tratándolos desde un enfoque humano y más centrado en los conflictos que su existencia podría desatar que en su mera exhibición.
De este nuevo enfoque participan muchos de los cómics de la última década, habiendo llegando a impregnar la mayor parte de la producción de las 2 grandes editoriales de comic-books, Marvel y DC. Sin embargo, las ventas de los cómics adaptados al cine, comenzando por la propia Patrulla X, no llegaron a beneficiarse tanto como se esperaba del trasvase entre espectadores y lectores. Las obras que mejor han capitalizado su salto al cine son las unitarias (especialmente si están firmadas por Alan Moore), pero resulta mucho más difícil para las largas series regulares. Las diferencias entre los personajes de la pantalla y el papel, así como las altas numeraciones alcanzadas por las colecciones y las estiradas cronologías que arrastraban, espantan a los potenciales compradores. El fallido “Spiderman: Año 1” de Jhon Byrne buscaba el botón de reinicio, Marvel llevaba haciéndolo de hecho desde Heroes Reborn, pero quienes lo encontraron fueron Brian Michael Bendis y Bill Jemas con su Ultimate Spiderman, lanzado en noviembre de 2000, apenas 4 meses después del estreno de “X Men”. Superado el primer test, se extendió la idea a toda una nueva continuidad “definitiva” más cercana a la cinematográfica, empezando 3 meses después por los “Ultimate X-Men”, que llegó a superar las ventas de la franquicia mutante tradicional. Tampoco ésta quiso quedarse atrás, y a los cuatro meses del debut de su versión ultimatizada, Grant Morrinson y Frank Quitely importaron la revolución a sus “Nuevos X Men” al hacer pública la verdadera naturaleza de la escuela de Xavier, que se llenó en consecuencia de nuevos alumnos, al tiempo que los Hombres X se redefinían como profesores y adoptaban nuevos uniformes más sobrios. Cuando Morrinson se fue a DC en 2004, su testigo fue recogido precisamente por Joss Wedon, quien les devolvió sus colores originales. Otros cambios estéticos inducidos por las películas siguen sin embargo vigentes, especialmente los escenarios del diseñador de producción de la primera parte, John Myhre, como los azulados muros metálicos del subsuelo de la mansión o sus rediseños del Pájaro Negro y Cerebro, además de la cárcel de plástico de Magneto, que Mark Millar y Adam Kubert también tomaron prestada para aprisionarle en el Triskelión del Universo Ultimate.
Por último, llama la atención la gran proyección del elenco reunido para la película. Puede parecer que está plagado de estrellas, pero en su momento sólo Patrick Stewart era realmente famoso por su papel en la Nueva Generación de Star Trek. Ni Hugh Jackman, que procedía del musical y por entonces solo había protagonizado cintas australianas, ni la hoy cotizada Halle Berry, habían obtenido aún el caché que poseen en la actualidad. De hecho para el papel de Lobezno, fueron considerados Mel Gibson, Russell Crowe or Edward Norton entre otros. Por su parte, Anna Paquin, ya había ganado un Oscar por “El piano”, pero participar en una trilogía repartida en 6 años le valió para superar su estatus de niña prodigio.
Aunque “X-Men” no hubiera funcionado en taquilla, seguramente el género de superhéroes hubiera emergido igualmente. Los avances informáticos facilitan efectos que antes eran imposibles o demasiado caros, lo que ha puesto a disposición de Hollywood un arsenal de personajes e historias de enorme potencial mercadotécnico. Además, con “Blade” ya se había abierto el catálogo disponible más allá de los grandes iconos. Pero sin “X-Men” dicho resurgir podría haber sido muy distinto. Bryan Singer aportó un tono y una estética que han marcado una pauta para el género, y dio una gran ventaja de salida a Marvel que DC sólo ha sido capaz de remontar gracias a otro autor, Christopher Nolan, que ha llevado este mismo esquema un poco más allá con su Batman. No es casualidad que la Distinguida Competencia apostara por el propio Singer para revitalizar su otra gran franquicia con “Superman Returns”, pero en ésta ocasión optó en cambio por recuperar un estilo clásico. Que el resultado no acabara de cuajar es la mejor prueba posible de que “X Men” significó un antes y un después para el género, incluso para su propio director.
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